Cabeza de Cristo. Leonardo da Vinci
Esta emoción
angustia de mis días
marchar no quiere.
Las emociones se atragantan a veces. Todos hemos tenido alguna vez la sensación y no es precisamente agradable. Al igual que ocurre cuando un uréter se dilata, un asa intestinal se distiende o un conducto biliar se bloquea, un profundo dolor lacerante que parece brotar del mismísimo centro de la tierra llena nuestros sentidos. Duele tanto que nos queremos morir. Deseamos con toda el alma que aquello acabe. Puede ser la pérdida de un ser querido, el abandono de un amante o la pesadez de una injusticia. Otras veces puede ser un quebranto, un deseo insatisfecho o un dardo de amor. La emoción nos bloquea la vida por dentro y por fuera no terminando de subir ni de bajar. Se queda ahí, en mitad de la semana, inundando todos los instantes sin dejarnos escapar un momento.
Algunos tienen la capacidad de contarlo, otros lo cantan, algunos lo convierten en orden o suculentos guisos. Pero no siempre es fácil. Hay emociones que cuesta mucho dejar marchar. Tal vez por eso sea frecuente terminar pidiendo pastillas para pasar el trago. Somos más amigos de los apaños que de las soluciones. Y es que cuando el alma duele, duele de veras. Por eso no queremos discursos, exigimos respuestas pese a intuir que las que necesitamos solo nosotros mismos podemos proveerlas.
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