Te Arii Vahine. Paul Gauguin
Todos ustedes conocen bien el placer de quitarse del medio unos días. Hacer una escapada o tomarse unas vacaciones nos suele sentar estupendamente al rasgar la pesadez de nuestra cotidianidad.
Somos animales de costumbres, estamos diseñados para crear hábitos que nos ahorren esfuerzos y energías. Automatizamos procesos gracias a un puñado de algoritmos conductuales directamente relacionados con la supervivencia.
Lo triste de la historia es que la monotonía nos ahoga.
Otro plano relacionado con lo anterior tiene que ver con nuestra identidad, lo que cada cual denomina yo-mismo. Como venimos sabiendo desde Freud, esto no es más que una construcción mental. Utilísima para conformar un autoconcepto y un límite entre lo que creemos ser y el resto de la existencia, imprescindibe para nuestras relaciones personales y sociales. Lamentablemente nuestro ego también nos termina resultando una carga pesada.
La magia de desaparecer es conocida por muchos ilusionistas que la emplean con destreza en sus fantásticos trucos. ¿Por qué relegarla a unos pocos momentos a lo largo del año cuando costaría muy poco rescatarla con mayor periodicidad? Escapar un momento de uno mismo, desaparecer de la rutina unos instantes... qué enorme placer.
Los grandes meditadores y contemplativos llevan siglos haciéndolo. Hoy no está de moda al no ser algo precísamente comercial aunque iniciativas como el mindfulness están popularizándolo con buen tino. Aprender a desconectar de uno mismo es un arte que cuando se olvida suele terminar sobrecargando nuestros sistemas y haciendo que salte más de un fusible interno. La medicina occidental ha olvidado cómo ayudar a las personas a cuidar este aspecto de sus vidas que tanta enfermedad produce. Las sobrecargas cognitivas, emocionales o físicas terminan produciendo síntomas incómodos (dolor de cabeza, de espalda, insomnio, molestias digestivas...) que son el modo que tiene nuestro cuerpo de llamar nuestra atención para que nos cuidemos mejor.
Es por estas razones por las que recomiendo que desaparezcan siempre que puedan. Una escapada de fin de semana es una opción, pero también un paseo tranquilo por un parque, una sonata de Bach en directo, un ratito respirando despacio o una tarde romántica con la persona que les plazca. Y no tiren de escusa o digan que no tienen tiempo, nos jugamos algo más que la salud.
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