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Los médicos somos entrenados durante años para ser expertos etiquetadores. En nuestras interacciones con pacientes debemos etiquetar con precisión todo lo que podamos: motivo de consulta, información del paciente, historia clínica, exploración, diagnóstico y tratamiento. Esas etiquetas serán introducidas en el programa informático al uso para control de los gestores del sistema sanitario y facilitadas al paciente para su conocimiento y alivio.
Este proceso suele ser beneficioso para todas las partes pero cada vez el paciente obtiene menos beneficio de algunas etiquetas.
¿Qué pasaría si el número de etiquetas creciera sin parar?
¿Qué ocurre con las etiquetas que no llevan implícito una curación o un tratamiento?
¿Qué puede hacer una persona que reciba una etiqueta no susceptible de cambio alguno?
Si las etiquetas no nos dejan ver el bosque, si perdemos de foco al paciente estaremos perdidos.
Cada vez es más necesaria una interacción de alta calidad entre pacientes y médicos que incluya una comunicación avanzada y una profunda gestión de narrativas. Las propuestas de etiquetas diagnósticas han de dialogarse para verificar la idoneidad de las mismas. Es necesario hablar.
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