Muchos desvelos traen estos tiempos. Mucho quebranto.
La confusión genera una capa densa de ruido que se queda pegada a la piel como esa humedad de las ciudades de mar en verano. Una adherente pátina de gelatinosa desidia.
Y las pantallas vomitando fuego griego, ese fluido misterioso que ardía destrozando flotas sin que nada pudiera apagarlo.
¿Cómo llegar a ver? ¿Cómo alcanzar a oír la voz del ángel que desde las alturas nos indica?
El denso velo nos impide entender. Los sumos sacerdotes durante siglos remendaron el que cayó cuando crucificaron al viviente. Ya no es posible entrar a ese nivel de intimidad que Eva y Adán tenían a la caída de la tarde.
Pero tal vez haya una pequeña posibilidad si cada cual desvela sus heridas. Si entre todos mostramos esta nueva normalidad como lo que verdaderamente es: un robo monstruoso de derechos para aplastar sociedades enteras.
Los médicos de Madrid estamos saliendo a las 12 a la puerta de los centros como pequeño signo de protesta. Tal vez podamos además enseñar en un papel lo que pasa por dentro y ahora es invisible para tantas personas que necesitan atención y no pueden ni siquiera contactar por teléfono.
Desvelar es mostrar, demostrar y permitir que otros vean, entiendan y puedan pasar donde antes había velo y confusión.
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