Páginas

sábado, 4 de julio de 2020

¿Qué hemos aprendido? What have we learned? 我們學到了什麼?





Las catástrofes vitales suelen traer su correspondiente enseñanza. La forma en que aprendemos y nos humanizamos tiene que ver con la dificultad, el error, la pérdida y el cambio. Por eso tras varios meses de pandemia me permito reflexionar sobre lo aprendido en este tiempo desde mi punto de vista de médico de pueblo. 

1. Somos vulnerables.
2. Vamos a morir todos.
3. Los sistemas sanitarios son los profesionales que los forman.
4. Ante los virus tenemos las manos vacías.
5. La gobernanza es cada día menor.
6. Cada vez pensamos menos.
7. Somos sociedades enfermas.
8. Mercado único, pensamiento único.
9. El mal contrato medicina-sociedad.
10. Hay mucha gente harta.



1.

Somos vulnerables como sociedad, familia e individuo. La enfermedad nos alcanza a todos pero también las consecuencias del cambio climático, la injusticia social, la disminución de los puestos de trabajo, la inestabilidad económica y política, la globalización de la estulticia y el miedo. Las fronteras y los muros protegen cada vez menos. Los ejércitos y las bombas atómicas no pueden gran cosa contra un virus o un meme y cualquiera de ellos puede llevarse por delante la humanidad entera. Nos creíamos a salvo dentro de sociedades desarrolladas pero parece ser que nadie lo está. En este mundo vamos todos en el mismo barco, es verdad que hay camarotes de calidad diversa pero también que si nos hundimos lo haremos todos. 

2. 

Aunque hemos hecho grandes esfuerzos por tratar de olvidarlo, al final de la vida nos espera la muerte. Vamos a morir todos, inevitablemente pese a las promesas de la ciencia y de la medicina de alargar la vida, superar enfermedades y volvernos eternos. Escondemos la muerte de la vista convirtiéndola en una verdad incómoda, en un tabú. Al mercado le interesa convertir lo cotidiano en una fiesta comercial que parezca no acabar nunca. No hablamos de este tema con otros ni reflexionamos ni pensamos sobre el mismo. Ya habrá tiempo, nos decimos, pero resulta que cuando nos sorprende la enfermedad incurable o la proximidad del final nos hacemos un lío y negamos el hecho todo lo que nuestras fuerzas nos permiten. Es frecuente morir mal por no habernos permitido contemplar la propia levedad y darnos la opción de aceptarla.

3. 

Los sistemas sanitarios los forman lugares, tecnologías y personas, pero por muy potentes que sean los dos primeros son los profesionales quienes sostienen la estructura. Y los profesionales están cansados de sostener un peso que excede su capacidad. Los profesionales enferman y mueren como el resto y se exponen quizá más a la enfermedad, el dolor y el sufrimiento humano. Esto hace que cuando llega una pandemia tengan que asumir mayor responsabilidad y que no siempre las instituciones donde trabajan estén a la altura. La mala planificación, el insuficiente liderazgo, la falta de medios de protección y la sobrecarga de tareas han sido una prueba de fuego para muchos. Ver morir a ancianos en residencias o en sus casas, convivir a diario con el peligro y la incertidumbre, sentir la impotencia de no poder hacer todo lo que como sanitarios nos gustaría no ha sido plato de gusto. Ahí quedan las heridas y muchos compañeros magullados. Hemos tenido pérdidas humanas de profesionales conocidos, muchos enfermaron y estuvieron muy graves. Todo esto condiciona un estado de ánimo peculiar que mezcla agotamiento, miedo y enfado pertinaz, una mezcla enormemente tóxica. Quien la consigue metabolizar sobrevive, quien no termina emponzoñado convertido en zombi sanitario, alguien que sigue trabajando pero que perdió de alguna forma la esperanza y el alma. 

4.

Es verdad que existen remedios para casi todo y que la ciencia y la medicina de este tiempo son enormemente ingeniosas pero los virus siguen siendo un reto maravilloso que nos recuerda lo poco que sabemos. El modelo de consumo de carne animal basado en granjas y mercados cada vez más grandes aumenta en gran medida el riesgo de mutación y el salto de virus animales a humanos. Eso sucede desde la revolución neolítica, en la que se instauró la ganadería, pero ahora como pueden comprender la magnitud es muchísimo más grande. Científicos como Jane Goodall advierten que si no cambia el modelo terminaremos extinguidos. Lo cierto es que la posición actual es de una enrome vulnerabilidad para un mundo globalizado con grandes movimientos poblacionales diarios. Las cuarentenas mundiales son increíblemente difíciles de conseguir y frente al virus no hay otro remedio mientras no se disponga de la correspondiente vacuna. Algo para lo que se suele necesitar bastante tiempo. 


5.

El espectáculo de la política local, nacional e internacional cada vez es más vomitivo. Salvando las inevitables excepciones pareciera que los líderes son cada día más absurdos, los debates más estériles y las ideas más peregrinas. ¿Pero quién verdaderamente manda en el mundo? Posiblemente las instituciones de poder visible cada vez lo obstenten en menor grado. También es cierto que con la complejidad y la rapidez con la que va todo en las sociedades del conocimiento pedir a la población que expresen su voluntad de voto cada cuatro años parece trasnochado. Muchos se dan cuenta de que votamos más a diario con la cartera que en las urnas pero no es suficiente para poder aguantar a tirios y troyanos en los medios tirándose permanentemente las sillas. Los perfiles prudentes, inteligentes y valiosos que puedan existir en el mundo político están fuera de los focos. Saben bien que quien pone la cara se arriesga mucho a que se la partan. Por eso solo los caraduras se atreven a figurar y aceptar el reto. El nivel es el que es porque las reglas del juego no permiten otra cosa, y como ven es un problema generalizado. Cada vez el político puede hacer menos ante fuerzas que no alcanza a entender ni a manejar. Dentro de las instituciones pasa lo mismo, ante una catástrofe los mandos se encierran en sus despachos y encienden la máquina de escribir protocolos, notas internas o información institucional trasnochada. De liderazgo nada, de escucha de los profesionales de trinchera tampoco. La consigna es no moverse para seguir saliendo en la foto y rezar para que el chaparrón pase pronto sin que nos obligue a tomar medidas que puedan amenazar nuestro sillón. El papel de las consejerías de salud y las gerencias ha sido patético durante la pandemia. No hubo previsión de medios de protección, ni se dialogó con los profesionales para buscar cursos de acción. Se dieron pasos con retraso a rebufo de lo que ya estaba haciéndose en la primera línea. Muchos nos hacemos la pregunta del valor que aportan estos niveles de gestión cuando no hay medios suficientes y el malestar de los profesionales es altísimo.

6.

Cada vez estamos más entretenidos con pantallas permanentes y tecnologías del ocio cada vez más avanzadas. Cada vez vamos más rápido, bregamos con mayor ruido de fondo y distracciones, estamos más ocupados. Cada vez pensamos menos. Solemos suscribirnos a canales de opinión e información en los que hacemos copia y pega. Adquirimos memes que luego defenderemos como propios sin la necesaria digestión que delegamos en los consabidos expertos o periodistas. No es fácil encontrar ejemplos de diálogo y pensamiento reflexivo. Los hay pero quedan ahogados por los gritos de contertulios profesionales y otros diletantes y famosos que atraen la atención a base de ordinariez y palabras soeces. En la sociedad del espectáculo se valora más a la actriz o al deportista que al pensador o al filósofo. Todo el mundo opina, critica y se queja, pocos piensan o aportan ideas propias al debate. 

7. 

Los indicadores de mortalidad y morbilidad han mejorado mucho. Se ha aumentado la esperanza de vida y son muchas las enfermedades para las que existe remedio o solución. Sin embargo como sociedad cada vez nos sentimos más enfermos, toleramos peor cualquier malestar y buscamos ayuda externa ante cualquier inconveniente. Aumenta la desazón ante los signos de descomposición social y podredumbre que surgen a nuestro alrededor.  Aumentan las diferencias económicas, educacionales y sociales. Aumentan la pobreza y la exclusión. Aumentan los muros y fronteras. Aumenta el ruido, los nacionalismos, populismos y la crispación política. Aumenta el paro, la deuda pública, la deslocalización de empresas. Aumenta la obesidad social de los que quieren siempre más, de los que engordan el cuerpo y el deseo, de los que no miran fuera de su interés personal. Aumenta la estulticia y la ignorancia, la posibilidad de darnos cuenta de que que nuestro ritmo de vida no respeta mínimamente el planeta, a los demás ni siquiera a nosotros mismos. Nos tratan de mantener dormidos a base de nuevas recetas de pan y circo convenientemente aderezadas con pantallas y tecnología. Pero las constantes vitales siguen empeorando para quien se detenga un poco a tomar el pulso a una sociedad que cada día que pasa tiene peor color. 

8.

Todo es un gran bazar en el que impera una única idea: más es mejor. Compre más por menos, gane más, mucho más, todo lo que pueda. Busque su beneficio personal, disfrute todo lo posible. Sáciese bien, ya se comerán otros sus migajas. Consuma todo lo que quiera, nos encargaremos de que se lo pueda permitir y que le llegue a casa en breve plazo. Estos cantos de sirena son irresistibles y terminamos tirándonos en plancha a beber en la fuerte cuya agua promete todos los beneficios. Lo malo es cuando comprobamos que seguimos con sed, que ese líquido no calma para nada la avidez que sentimos. Lo malo es cuando no podemos evitar seguir consumiendo compulsivamente bienes y servicios que no necesitamos. Lo malo es cuando nos damos cuenta de que nos hemos convertido en mercancía para otros y hay alguien consumiéndonos. 
Nadie nos contó que quien juega con cadenas termina encadenado. No lo quisimos ver, y ahora ya es tarde. 


9.

La modernidad nos trajo unos sistemas sanitarios que prometían vencer la enfermedad y mejorar nuestros problemas cotidianos. Para ello se crearon todo tipo de pruebas y tratamientos, incluso enfermedades nuevas que disponían de su correspondiente cura. Los niños inquietos pasaban a llamarse hiperactivos, las personas tímidas fóbicos sociales, los ancianos impotentes trastorno de erección e incluso los que padecían enfermedades antaño mortales como la hepatitis o el sida ahora se llaman enfermos crónicos. Todo parecía tener solución, previo pago directo o de un seguro. Por eso la gente se abalanzó sobre la sanidad como hacía con los centros comerciales al comienzo de rebajas. Todos querían algo y lo querían ya. Pero no siempre funcionaba. Seguía habiendo muchas condiciones que no se podían mejorar. Los sanitarios sudaban con el aumento del número de consultas y la complejidad de estas. Sufrían al ver incrementarse su impotencia y frustración: no era posible solucionar los problemas sociales ni existenciales de la gente. A penas podían proponer remedio para algunos problemas físicos y muy poco para los psicológicos que siempre han exigido un tiempo que ahora no parecía existir. Es una pena que no hallamos aprendido que durante la pandemia no teníamos necesidad de ir al centro de salud y al hospital por cualquier motivo, que la mayoría de las cuestiones de salud se solucionan solas o con remedios caseros y que los establecimientos sanitarios pueden ser peligrosos y conviene usarlos con mucha prudencia. Profesionales y pacientes hemos sido hábilmente engañados al firmar un contrato que produce burnout y malestar en los primeros y sobrediagnóstico y sobretratamiento en los segundos. Lo que los sistemas sanitarios precisan con urgencia no son más fondos ni plantillas sino más consciencia. Solo si se cambia el contrato social habrá posibilidades de salir del atolladero. 

10.

Tras el chaparrón de miedo social que pasamos cuando el coronavirus mataba cientos de personas cada día vino el huracán de enfado colectivo. Estábamos hartos de confinamiento y mala gestión, cansados de noticias infaustas, de la bronca política, del desbarajuste sanitario. Dentro de la sanidad unos lamen las heridas mientras otros maldicen el desastre, pero nadie parece mover ficha. En la calle la gente parece olvidar rápido lo ocurrido y llena terrazas y avenidas con ganas de frecuentar a otros, aunque sean muchedumbres. La distancia se relativiza por momentos y la mascarilla pasa a ser un tema personal, unos creen en ella y otros no. La vida sigue y ante la crisis económica el personal parece decidido a vivir el presente lo mejor que puedan y seguir tirando hacia delante. 




Espero que puedan unir sus reflexiones a las mías para enriquecer tanto la conversación en la mesa de su casa a la hora de comer como el café con los compañeros de trabajo o el debate social. No se imaginan lo importante que es. De quejas no se vive, de ideas tal vez.








What have we learned?

Life-threatening disasters often bring us important lessons. The way we learn and humanize ourselves is linked with difficulty, error, loss and change. That is why after several months of pandemic I allow myself to reflect on what I have learned during this time from my point of view as a country doctor. 

1. We are vulnerable.
2. We are all going to die.
3. The health systems are the professionals that make them up.
4. In the face of viruses, we are empty-handed.
5. Governance is becoming less and less.
6. We think less and less.
7. We are sick societies.
8. Single market, single thinking.
9. The bad medicine-society contract.
10. Many people are fed up.



1.

We are vulnerable as a society, family and individual. We are all affected by disease, but also by the consequences of climate change, social injustice, fewer jobs, economic and political instability, and the globalization of silliness and fear. Borders and walls protect less and less. Armies and atomic bombs cannot do much against a virus or a meme, and any one of them can blow up the entire world . We thought we were safe within developed societies but it seems that no one is. In this world we are all in the same boat, it is true that there are cabins of different quality but also that if we sink we will all sink. 

2. 

Although we have made great efforts to try and forget it, at the end of life, death awaits us. We are all going to die, inevitably despite the promises of science and medicine to prolong life, overcome illness and become eternal. We hide death from view by making it an uncomfortable truth, a taboo. The market is interested in turning the everyday into a commercial party that seems to never end. We do not talk about this subject with others, nor do we reflect or think about it. There will be time, we say to ourselves, but it turns out that when we are surprised by the incurable disease or the approaching end we make a mess of it and deny the fact as much as our strength allows. It is common to die badly because we have not allowed ourselves to contemplate our own lightness and give ourselves the option of accepting it.

3. 

Health systems are made up of places, technologies and people, but however powerful the first two may be, it is the professionals who support the structure. And the professionals are tired of carrying a weight that exceeds their capacity. Professionals get sick and die like everyone else and are perhaps more exposed to disease, pain and human suffering. This means that when a pandemic arrives they have to take on more responsibility and the institutions where they work are not always up to the task. Poor planning, insufficient leadership, lack of means of protection and overload of tasks have been a litmus test for many. Seeing the elderly die in homes or in their homes, living daily with danger and uncertainty, feeling the helplessness of not being able to do everything that we as health care providers would like to do has not been a pleasure. There remain the wounds and many bruised companions. We have had human losses from well-known professionals, many of whom fell ill and were very serious. All this conditions a peculiar state of mind that mixes exhaustion, fear and stubborn anger, an enormously toxic mixture. Whoever manages to metabolize it survives, whoever does not end up poisoned turned into a sanitary zombie, someone who continues to work but somehow lost hope and soul. 

4.

It is true that there are remedies for almost everything and that the science and medicine of this time are enormously ingenious but viruses continue to be a wonderful challenge that reminds us of how little we know. The model of animal meat consumption based on increasingly large farms and markets greatly increases the risk of mutation and leapfrogging from animal to human viruses. This has been happening since the Neolithic revolution when livestock farming was introduced but now, as you can understand, the magnitude is much greater. Scientists like Jane Goodall warn that if we don't change the model we will end up extinct. The truth is that the current position is of a huge vulnerability for a globalized world with large daily population movements. World-wide quarantines are incredibly difficult to achieve and there is no other remedy against the virus as long as the corresponding vaccine is not available. This usually takes quite some time to achieve. 


5.

The spectacle of local, national and international politics is becoming more and more disgusting. With the inevitable exceptions, it seems that the leaders are becoming more and more absurd, the debates more and more sterile, and the ideas more and more outlandish. But who is really in charge of the world? Possibly the institutions of visible power are weaker. It is also true that with the complexity and speed with which everything goes in knowledge societies, asking people to express their will to vote every four years seems outdated. Many people realize that we vote more daily with our wallets than at the polls, but that is not enough to be able to put up with Tyrians and Trojans in the media permanently throwing out their chairs. The prudent, intelligent and valuable profiles that may exist in the political world are out of the spotlight. They know full well that whoever puts his face on the public arena risks being broken. That is why only the shameless dare to appear and accept the challenge. The level is what it is because the rules of the game do not allow anything else, and as you see it is a widespread problem. The politician can do less and less in the face of forces that he cannot understand or handle. Within the institutions the same thing happens, in the face of a catastrophe, the leaders lock themselves in their offices and turn on the typewriter for protocols, internal notes or outdated institutional information. No leadership, no listening to the professionals in the trenches. The watchword is not to move in order to continue being in the picture and to pray that the downpour passes soon without forcing us to take measures that could threaten our armchair. The role of health departments and management has been pathetic during the pandemic. There was neither enough provision for means of protection, nor was there any dialogue with professionals to seek courses of action. Delayed steps were taken in return for what was already being done on the front line. Many of us wonder what value these levels of management provide when there are not enough means and the discomfort of the professionals is very high.

6.

We are increasingly entertained by permanent screens and increasingly advanced leisure technologies. We are going faster and faster, dealing with more background noise and distractions, we are busier and busier. We think less and less. We often subscribe to opinion and information channels where we copy and paste. We acquire memes that we then defend as our own without the necessary digestion that we delegate to the well-known experts or journalists. It is not easy to find examples of dialogue and reflective thinking. There are some, but they are drowned out by the cries of professional contertulios and other dilettantes and celebrities who attract attention by their vulgarity and foul language. In the society of the spectacle the actress or the sportsman is valued more than the thinker or the philosopher. 

7. 

Mortality and morbidity indicators have improved greatly. Life expectancy has increased and there are many diseases for which there is a remedy or solution. However, as a society we feel increasingly sick, we tolerate any discomfort worse and we seek outside help for any inconvenience. We are increasingly uneasy about the signs of decomposition and decay around us.  Economic, educational and social differences are increasing. Poverty and exclusion increase. Walls and borders increase. Noise, nationalism, populism and political tension are on the increase. Unemployment, public debt and the relocation of companies are on the increase. The social obesity of those who always want more, of those who fatten their bodies and desire, of those who do not look beyond their own personal interest, is increasing. It increases silliness and ignorance, the possibility of realizing that our pace of life does not have the least respect for the planet, for others or even for ourselves. They try to keep us asleep with new bread and circus recipes conveniently seasoned with screens and technology. But our vital signs keep getting worse for anyone who stops to take the pulse of a society that is getting worse every day. 

8.

Everything is a great bazaar in which only one idea prevails: more is better. Buy more for less, earn more, much more, as much as you can. Look for your personal benefit, enjoy it as much as possible. Get enough, others will eat your crumbs. Eat as much as you want, we will make sure you can afford it and that it gets to your home in no time. These mermaid songs are irresistible and we end up throwing ourselves on the pool to drink at the fort whose water promises all the benefits. The bad thing is when we realize that we are still thirsty, that this liquid does not calm down at all the greed we feel. The bad thing is when we can't help but continue to compulsively consume goods and services that we don't need. The bad thing is when we realize that we have become a commodity for others and there is someone consuming us. Nobody told us that those who play with chains end up chained. We didn't want to see it, and now it's too late. 

9.

Modernity brought us health systems that promised to defeat disease and improve our daily problems. To this end, all kinds of tests and treatments were created, including new diseases with corresponding cures. Restless children were now called hyperactive, soy pero le are nos socially phobic, the sexual impotence associated with age, erection disorders, and even those suffering from once deadly diseases such as hepatitis or AIDS are now called chronically ill. Everything seemed to have a solution, after direct payment or insurance. That is why people pounced on health care as they did on shopping malls at the beginning of the sales. Everyone wanted something and they wanted it now. But it didn't always work. There were still many conditions that could not be improved. Health workers are sweating with the increase in the number of consultations and the complexity of these. They suffered from increasing helplessness and frustration: it was not possible to solve people's social and existential problems. They could hardly propose a remedy for some physical problems and very little for the psychological ones that had always demanded a time that did not seem to exist now. It is a pity that we did not learn that during the pandemic we did not need to go to the primar y health centre and hospital for any reason, that most health issues are solved on their own or with home remedies and that health facilities can be dangerous and should be used very prudently. Professionals and patients have been skillfully misled into signing a contract that produces burnout and discomfort in the former and overdiagnosis and overtreatment in the latter. What health systems urgently need is not more funds or staff but more awareness. Only if the social contract is changed will there be a chance of breaking the deadlock. 

10.

After the downpour of social fear we went through when the coronavirus killed hundreds of people every day came the hurricane of collective anger. We were fed up with confinement and mismanagement, tired of the unhappy news, the political ruckus, the health scandal. Within the health system, some lick their wounds while others curse the disaster, but no one seems to move. In the streets people seem to forget quickly what happened and fill terraces and avenues with the desire to frequent others, even if they are crowds. The social distance is relativized at times and the mask becomes a personal issue, some believe in it and others do not. Life goes on and in the face of the economic crisis the staff seems determined to live the present as best they can and keep on pulling forward. 




I hope you can join me with your reflections to enrich both the lunchtime conversation at home and the coffee with colleagues or the social debate. You can't imagine how important this is. Se don't live on complaints, maybe on ideas.








我們學到了什麼?



威脅生命的災難常常給我們帶來重要的教訓。 我們學習和人性化的方式與困難,錯誤,損失和變化聯繫在一起。 這就是為什麼在幾個月的大流行之後,我可以從自己作為鄉村醫生的角度反思這段時間所學到的東西。



1.我們是脆弱的。
2.我們都會死。
3.衛生系統是組成它們的專業人員。
4.面對病毒,我們空手而歸。
5.治理越來越少。
6.我們思考的越來越少。
7.我們是一個病態的社會。
8.單一市場,單一思維。
9.不良藥品-社會契約。
10.許多人受夠了。

No hay comentarios:

Publicar un comentario

También puede comentar en TWITTER a la atención de @DoctorCasado

Gracias.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.