Me publican hoy este artículo en el Huffpost y lo comparto aquí con mis lectores y amigos. Feliz año nuevo.
Las turbulencias sociales que todos experimentamos hacen que la aeronave humanidad se zarandee produciendo mucho miedo en el pasaje. Una de las consecuencias es que se nos enferman verbos y sustantivos lo que dificulta enormemente la comunicación y las relaciones.
La incertidumbre y el miedo nos llevan al futuro y al pasado. Pasamos mucho tiempo pensando lo qué va a pasar, construyendo escenarios e imaginando cursos de acción. Dilapidamos de esta forma nuestro capital de energía y recursos creativos, que se diluyen cual castillos en el aire sin servir para nada. También viajamos al pasado solazándonos en nuestros recuerdos favoritos lo que también es costoso en recursos personales e igualmente poco rentable. Nuestros verbos se quedan sin presente cuyo caudal es consumido por los grifos abiertos de pasado y futuro. El hilillo de agua de presente que queda termina gastándose malamente en alguna pantalla que nos ofrece distracciones audiovisuales o empachos de información o en una agenda sobrecargada donde se nos va la fuerza apagando fuegos infinitos.
Con los sustantivos obramos de otra forma al no poder manipular un tiempo que no tienen. Con ellos jugamos a batallas de género sin saber el riego que corremos ya que el lenguaje forma el armazón de la consciencia y si lo llenamos de conflicto contamina sin remedio la totalidad de la estructura.
Pareciera que no tiene importancia forzar el lenguaje diciendo plátana donde decía plátano o sillo donde decía silla. Permítanme el juego de palabras. Forzar como políticamente correcto decir melones y melonas donde antes se decía simplemente melones. Pero la tiene, y mucha, dado que añade un punto de conflicto que en lugar de crear igualdad, armonía y encuentro genera tensión y división al olvidar que el ser humano está formado por ambos géneros y los precisa a ambos por igual para vivir en equilibrio pero no a la vez.
En consecuencia andamos batallando con el tiempo y el género y nos quedamos sin presente y sin tranquilidad en una sociedad escapista y maltratadora que está olvidando el arte de ser y estar tanto con uno mismo como con los demás. Una cultura donde ellos están en conflicto con ellas, ellas con ellos y cada cual finalmente con uno mismo y con el resto.
Para cambiar el paradigma y sanar la locura que estamos construyendo es fundamental regresar al presente y recordar que es nuestra única posibilidad real de existencia plena. Mientras no miremos de frente el aquí y el ahora no sabremos lo que hay ni tampoco lo que es preciso hacer. Junto a esto es necesario construir dinámicas relacionales basadas en el buen trato. Tratarnos bien a nosotros mismos atendiendo las sensaciones, ideas, emociones y necesidades que haya en nuestro presente. Tratar en consecuencia bien a las demás personas, seres vivos, ecosistemas y objetos que nos rodean.
Cuando nos vamos de nuestro presente nos despistamos y desaparecemos para nosotros mismos y para los demás. Cuando damos un grito, un portazo o un golpe en la mesa nos estamos gritando y golpeándonos a nosotros mismos. ¿Quién escucha en primer lugar esa voz altisonante o recibe en sus propias carnes el impacto contra algo duro?
Olvidar el arte de estar presente y bien tratar nos termina enfermando al llenarse la vida de sinsentido, brusquedad y frío. No merece la pena. La vida es un privilegio que merece ser experimentado en plenitud. Cuando en ocasiones sentimos desazón, inquietud o malestar sin saber la razón tal vez deberíamos mirarnos los verbos y los sustantivos. Comprobar de vez en cuando cómo están nuestros tiempos y géneros no vaya a ser que por no haberlo revisado en meses tengamos las ruedas con poco aire y a punto de pinchar.
Y a los que convivan o tengan personas a su cargo también animaremos para que se interesen por la calidad de presente y de buen trato de los que les son dados. Mientras más consciencia y mejor trato sepamos dispensar mejor para todos.
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