En un mundo prosaico como el nuestro, atenazado por la violencia y el deseo, girando a gran velocidad en un remolino que parece succionarnos hacia la desesperación, todo parece hundirse. Las palabras oscuras han conquistado los territorios del orbe globalizado en su imperio de pensamiento único, consumista, desarrollista y capitalista. ¿Todo? No, parece que allá en el norte hay una pequeña aldea que resiste al invasor ayudada por una poción mágica de fórmula lírica y antigua.
Decido embarcarme con mi familia en una peregrinación poética, tengo gran necesidad de beber de dicho manantial, aunque para ello sea necesario doblegar el tiempo y el espacio, voluntades adolescentes y cantos de bebé.
Se presentan dos libros de la editorial Eolas en la librería La buena letra de Gijón: Pequeñas Muertes de Ignacio González del Rey Rodríguez y Los gorriones de Artemio Rulán de Rafa Cofiño. Como soy rulanense desde hace años acudo con presteza para averiguar algún detalle más, que por despiste no se incluyera en las crónicas escritas. Y gracias a la suerte consigo conocer de primera mano varias fuentes (infantiles) de inspiración de esos escritos y a muchos de los que los han incubado con su calor y presencia. El libro de los Gorriones fue presentado por sus protagonistas, Rulán, Florentina Resteiro y un tal Tito Quiraldo, bastante popular en el mundo político. El periódico La Nueva España asi lo anunciaba en la edición del día, del autor no se pronunció una sola palabra. Este acudió con el acto terminado, repartió abrazos y firmó libros pero no abrió la boca, fueron los demás los que hablaron por él. Incluso el otro célebre poeta no pudo dejar de glosarlo desde el principio, en un juego cruzado que amenizó al abarrotado aforo de la pequeña librería que acogía el evento, donde coincidieron por azar o necesidad intelectuales de diversas disciplinas, curiosos, diletantes y algún místico.
No es casualidad que en Asturias se destile una de las mejores poesías del mundo, además de su célebre sidra y esos conocidos paisajes que le abren a uno el alma cuando pasa por ellos. En una misma tarde pude degustar la lírica breve, precisa y oriental de Ignacio González maridada con la cercana, evocativa y hermosa de Rafa Cofiño, en un plato que el editor presentó a la mesa en una delicada fuente.
Es verdad que las cincuenta personas que fuimos testigos de esa cata fuimos privilegiadas. Es cierto que quizá las muchedumbres no lleguen nunca a saborear este mágico elixir. Pero si alguien quiere vencer al romano invasor y pertenecer de pleno derecho a esta aldea gala, junto a Asterix, Obelix y otros contemporáneos, no tendrá más remedio que apurar la copa y pedir más. Solo la belleza tiene el poder de rescatar en nosotros el recuerdo de lo que podemos llegar a ser.
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