Repensando la maternidad y la paternidad
Nadie te prepara para la maternidad. Cada cual cuenta sus experiencias, recuerdos, historias o anécdotas y con ese material hacemos una pasta inconsistente que suele deshacerse en el momento de la verdad como una galleta en el puño de un niño. Por que la maternidad es un drama y como tal una episodio más de lucha entre la vida y la muerte. Y no hablamos metafóricamente, en el escenario hay una mujer y una criatura por nacer que literalmente se juegan la vida. Hay un umbral que atravesar en el que a priori no se conoce el desenlace, una cortina de miedo, dolor y dificultad que cada mujer habrá de traspasar a su manera. Al pasar al otro lado se convertirá en madre y habrá cosas que no serán igual. En el camino habrá cambiado el cuerpo y el cerebro, pero también la psicología y la cualidad humana profunda, como suele pasar cuando se viven experiencias importantes o se arriesga la vida. Las sociedades han interpretado la maternidad en la forma más adecuada para apoyar el estado de cosas y la organización del colectivo. Se ha dotado al hecho de los significados suficientes para colocar a las mujeres y a los hombres en el sitio que convenía ocupasen. Por eso parece necesario que ampliemos nuestra comprensión de esta circunstancia tan esencial para llegar a ser humano. Me sorprende el grado de valor, ánimo y arrojo que las mujeres despliegan en estas ocasiones pese a poder estar rodeadas de circunstancias amenazantes o negativas. La madurez que obtienen al traspasar el límite de sus posibilidades y comprobar que son capaces de dar cauce a una vida que las supera y trasciende y con la que colaboran permitiendo que otro ser surja a partir de ellas mismas. La flexibilidad que encarnan al ver sus cuerpos transformarse durante meses hasta alcanzar el momento del tránsito. Será ahí donde la corporalidad tome las riendas urdiendo un ritmo de percusión que irá facilitando la salida del ser que cambiará su medio acuático por un mundo complejo en el que tendrá que aprender a manejarse. Experimentar la maternidad abre una nueva dimensión de sentido para la identidad de la mujer. De alguna forma la completa, dotándola de una cualidad un poco más profunda. La maternidad carnal es susceptible de alcanzarse en otras escalas lo que entraña otro bello misterio. Es posible dar a luz, permitir que la vida se encarne en otras relaciones, en otras manifestaciones.
La paternidad no goza de tanta implicación, hormonal o biológica. El cuerpo de los hombres no precisa de modificación para preservar la especie pero esto no impide que puedan cambiar su esfera psicológica o su cualidad humana profunda. Hay quizá mayores grados de libertad que van desde la inhibición completa a la implicación y compromiso máximo que supera con mucho el programa de serie con el que la especie nos provee. Los hombres también enfrentarán miedo, desazón y malestar. Habrán de atravesar de alguna forma su propio velo y la manera más sencilla será hacerlo de la mano de sus parejas, acompañándolas y caminando juntos. Su cuerpo no experimentará el dolor físico del parto pero si tendrán la opción de estremecerse hasta lo más profundo con el de sus parejas, lo que no es prueba menor como sabe todo aquel que ha visto sufrir a alguien querido. Del mismo modo que las mujeres aprenden que dar vida es algo mucho más amplio que dar a luz, los hombres también pueden acceder a esta experiencia. La paternidad lo permite abriendo opciones insospechadas de conjugar los verbos cuidar, acompañar, velar, amar, acariciar... Y de desplegar aspectos de humanidad que exigen minimizar la importancia personal y poner la atención en quien tenemos delante. Hace falta tener fe. Confiar en la enorme fuerza que la vida esconde en el fondo de cada mujer, de cada recién nacido, de cada hombre. Comprender que la levedad que nos conforma es a la vez una de las posibilidades más sólidas que el universo ofrece.
Las manifestaciones de humanidad que implican compasión, plena atención, ternura o servicio tienen un horizonte que se expande cada vez que damos un paso hacia ellas. Por eso es tan importante rescatar la compresión que emana de la maternidad y la paternidad así como de cada oportunidad de crecimiento que nos encontremos en el camino, pese al ruido con el que nuestra sociedad pueda envolver estas circunstancias. En esa comprensión encontraremos un tesoro de gratitud. Porque en las grandes cosas de la vida hay asombro y emerge una necesidad de agradecer que tiñe de alegría y buen aroma el paso de los días.
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