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martes, 17 de enero de 2017
Bebés
Un bebé es un homúnculo, una representación de algo mayor, un mapa de un territorio por inventar. Una carnalidad que cabe entre las manos, una manera de gritar, una búsqueda incesante, un hambre desbocada. Cuando vienen al mundo portan mensajes superlativos destinados a aquellos que les brinden servicio y sean lo suficientemente sagaces como para entender lo que el misterio ha escrito en su diminuta levedad. Somos vida y ellos nos lo recuerdan, somos necesidad, somos un llanto prolongado. También abrazos incontables, risas, alborozo y una profunda paz. Si el mundo tiene futuro es por que ellos lo escriben con sus gestos y diminutas manos que mueven en el aire. Si el ser humano tiene algún sentido habremos de encontrarlo acariciándoles la espalda, cantándoles canciones, recordando esa fuerza insondable que los posee permitiéndoles sostener mundos enteros.
Para leer estas letras fue preciso ser en algún momento recién nacido. Tal vez no sea posible encontrar los recuerdos exactos pero de alguna manera lo sabemos. Cuando tomamos al bebé en brazos experimentamos el asombro de sentir lo que fuimos y en cierta forma seguimos siendo: un proyecto de vida, un mensaje encarnado, una manera tierna de estar en el mundo capaz de darle forma.
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