Conocí a Bernardo Atxaga una nublada tarde de octubre en San Sebastián. Me acerqué a saludarle y participé en la agradable conversación de corrillo que precedía la conferencia que iba a impartir para abrir un congreso. La vida, al fin y a cabo, no es más que un ramillete de conversaciones como me contó. Me causó un gran placer que la nuestra comenzara precisamente allí, a las puertas del antiguo casino de la ciudad ahora reutilizado como sede de los bailes y juegos de azar de la política municipal.
Bernardo es uno de los mejores escritores vascos contemporáneos y lo presentaron como tal. Cuando a alguien le valoran estar vivo pueden ocurrir tres circunstancias: que sea un fuera de serie, que peine canas o que nos hayamos olvidado de otros muchos. En el presente caso me gustaría quedarme con las dos primeras pese a que aún no he leído Obabakoak que es la obra princeps del autor y ahora espera paciente que la convierta en conversación.
La conferencia magistral tuvo lugar en el salón de plenos del Ayuntamiento. De alguna manera estaban presentes las cabriolas y evoluciones de toda aquella gente que bailó y se rió entre esas decimonónicas paredes. Bernardo desgranó un buen montón de propuestas desde su visión literaria y antigua, vasca e inteligente. Elegiré tan solo uno de los hilos que tejió: la sociedad se está desmoronando ante nuestros ojos y asistimos perplejos a una convivencia de paradigmas muy diversos en cada casa, en cada familia. De este modo en una misma sala que contenga unos abuelos, padres, hermanos y niños observaremos que en un rincón hay un joven conectado a una consola que poco tiene que ver con el abuelo y sus viejas creencias. Han cambiado los nombres de la gente. Hemos dejado de llamarnos María, Juan, Santiago, Manuel... Y vamos derivando a eso que se denomina "el consumidor", relacionándonos con el mundo de una forma distinta. La filosofía es expulsada de la formación básica y de nuestras vidas, la transmisión de la cultura afronta un grandísimo abismo. Los mayores de esa sala no son ya capaces de contarle al más pequeño cómo es realmente ese mundo que habitan.
Tras la interesante conferencia comenzó el baile, esta vez sin música, pero sí tuvieron la cortesía de ofrecernos bebida y algo de picar. Concatené la anterior conversación con otra nueva, con mi admirado Francesc Borrell que tuvo la generosidad de priorizar el encuentro so pena de desatender obligaciones familiares. Con él pude avanzar en la necesidad de mejorar nuestras narraciones, la forma en que transformamos lo vivido en palabras, música o cualquier manifestación artística. La forma en que lo compartimos para liberar algo que nunca fue totalmente nuestro. Porque la vida recibida solo sirve quizá para entregarla, siendo como es un precioso líquido brillante que no nos es posible sostener en las manos mucho tiempo.
Llegando a su final la recepción me quedé un momento mirando a los congresistas charlando animadamente. Gente valiente, buena gente. Me sentí privilegiado por estar allí, animado por el convencimiento oculto de que tenemos cerca personas valiosas que valen la pena, que nos ayudan a sacar de nosotros lo mejor. Con esa gratitud bajé la escalinata de entrada y me entregué a la noche y a su lluvia suave, sabiéndome una vez más totalmente bendecido.
Siempre un placer compartir, escuchar, aprender juntos... de la medicina y de la vida que es lo verdaderamente importante.
ResponderEliminarHa sido mi primera experiencia en "entrevista clínica" confieso que siempre me han dado "respeto". Hoy les quiero más.
Placer de encontrarnos y de experimentar.