Foto de Lay-Luh
Una de las ideas que flotan en los ambientes de innovadores sanitarios es la de reinventar la sanidad. Conceptos como el de destrucción creativa son blandidos por adalides del pensamiento disruptivo que proclaman a los cuatro vientos la necesidad de comenzar de cero. Pero, ¿de verdad hace falta?
Si miramos con detenimiento la tierra de la innovación por antonomasia, EEUU, veremos que su sistema sanitario es un desastre para las grandes mayorías. El 10% de la sociedad que se puede pagar un buen seguro no tiene problema pero para los demás es un infierno ponerse enfermo. En Europa siguen sobreviviendo los sistemas sanitarios públicos, amenazados por recortes y reducciones de presupuesto. Aun así, siguen tratando de cumplir su misión y ofrecen servicios sanitarios a casi toda la población. No podemos aventurar durante cuanto tiempo dada la sobrecarga crónica que padecen que recae sobre los profesionales y el déficit de financiación permanente que hace que las cuentas no salgan nunca del todo bien.
El envejecimiento poblacional incrementa la carga de enfermedad y la presión sobre la sanidad. El aumento de la ansiedad y desazón que produce la crisis y los problemas de la vida incrementan el sufrimiento de la población sana que a su vez terminan acudiendo a buscar alivio a las instituciones sanitarias. Mezclen todos los ingredientes y obtendrán la tormenta perfecta. Si en este momento aparece algún iluminado vendiendo ideas rutilantes y ofreciendo inyectar dinero ¿qué piensan que ocurrirá? Pues ya lo estamos viendo. Acuden fondos de capital riesgo disfrazados de ovejitas prometiendo mejorar la gestión con sistemas privados con ánimo de lucro. Ellos ponen la pasta, construyen hospitales e infraestructuras a cambio de un canon anual que negocian a puerta cerrada. ¿Cómo negarse a una oferta tan tentadora? El problema suele ser el de siempre: “lo barato sale caro”, como toda familia sabe de sobra.
¿Entonces nos quedamos con los brazos cruzados esperando que el barco se hunda? No necesariamente, en estos momentos hace falta que todo el mundo se remangue y se ponga a achicar agua. Los protagonistas son los propios ciudadanos. Aprender a hacer un uso responsable de la sanidad es hoy más importante que nunca. Saber qué puede hacer la sanidad por cada cual y que no puede es fundamental. Tratar de acudir y consultar cuando sea necesario, evitar lo superfluo o lo que cada cual puede solucionar por si mismo, saber a qué servicio acudir en cada caso, es básico para que el barco siga a flote.
Por otro lado hace falta una nueva implicación profesional. Si los marineros no colaboran cualquier barco se hunde. Es verdad que la tripulación está realmente enfadada y la mayoría echa humo, pero también que hay grandes profesionales y ganas de hacer las cosas bien. Será necesario hacer un plan que evite la sobrecarga profesional y anime a la excelencia incentivando lo bien hecho. Con incentivaciones reales y no inversas como en el momento actual. Favorecer la formación continuada, la investigación y el desarrollo profesional también es incentivar. Flexibilizar horarios y favorecer conciliación familiar también lo es.
A nivel de mesogestión es necesario potenciar la autonomía real. Que cada servicio o centro de salud sea independiente a nivel de gestión favorecerá ser más cuidadoso con el presupuesto. Los capítulos susceptible de escalarse como la compra de material, medicación o fungibles seguirán centralizados para ahorrar costes pero los montos para contratar suplentes o solicitar servicios internos de diagnóstico o tratamiento son susceptibles de individualizarse.
La alta gestión sanitaria debería profesionalizarse por un lado y potenciar su comunicación e interoperabilidad con el resto del sistema. No es posible dirigir una organización tan compleja como la sanitaria desde despachos alejados de hospitales y centros de salud. Imbricar técnicos con sanitarios en los equipos es fundamental, mezclar gestores con asistenciales también.
Pero no es mi intención mostrarles el mapa del tesoro, cada cual habrá de pensar por su cuenta. Tan solo exponer que más que destrucción creativa necesitamos simplemente hacer las cosas mejor. Y eso no será posible si no se acomete a todos los niveles y con todos los actores. ¿Utopía? Si el hundimiento del Titanic hubiera dependido de la capacidad del pasaje de achicar agua no duden que se lo habrían currado. Esperemos que nos demos cuenta antes de que la orquesta sea tragada por las aguas.
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