Foto: Negratinta
Ayer me acordé de Manuel Vilas mientras escuchaba por la noche canciones de Elvis en directo en una plaza de una ciudad de provincias. Sé que hubiera disfrutado como lo hicimos los que de forma informal escuchamos a un par de jóvenes con guitarras llenar de música alegre y tierna la nocturnidad del verano. Me vino a la mente Manuel, recorriendo con su coche las carreteras de España para acudir a algún evento literario, atender una obligación o encontrarse con alguna persona especial. Él no lo sabe pero esos trayectos automovilísticos son seminales. Al hacerlos regala al viento multitud de semillas de creatividad y narrativa como en su tiempo hicieran Cervantes o Quevedo. Nadie se dará cuenta, salvo alguna excepción y son estas excepciones las que justifican el pesado trabajo de ser profeta en tu tierra. En estos pagos solo reconocemos a los grandes creadores cuando están muertos y ya no pueden molestar. Por eso me parece inaudito que Vilas acuda a mi recuerdo bajo la luna. Tal vez algún día seamos legión los que podremos ver la genialidad de nuestro prójimo al pasar como la elegante belleza que surge al soplar un diente de león.
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