Diego Velazquez, retrato de caballero y detalle de soldado anónimo en La rendición de Breda.
Aquella mañana pudo comprobrar en sus carnes que la llamada crisis de los cuarenta tenía que ver con desenmascararse. Llevaba toda la vida fingiendo y no por mala voluntad o postureo sino por la desidia que nace de la inercia. La educación formal e informal, la familia nuclear y extensa, las convenciones sociales, sus creencias religiosas y políticas formaban un espeso engrudo que el paso de los años solidificó de una manera asfixiante alrededor de su corazón. Entendió porqué tantos amigos y conocidos explotaban en esas circunstancias al abrir armarios largo tiempo cerrados. Entendió porqué tantos terminaban huyendo a paraísos artificiales o sencillamente se dejaban hundir en las profundidades del sin sentido. Se miró al espejo y recaló en sus ojos, tal vez algo tristes ese día pero vivos. Una sonrisa emergió del cristal. La propia faz es otra máscara, pensó, la verdadera vida es otra cosa.
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