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jueves, 16 de junio de 2016

Higiene moral



Los seres humanos somos imperfectos. Nuestros errores nos producen dolor en muchas ocasiones. Lo sentimos en forma de culpa, de intranquilidad moral, tal vez como pinchazos éticos. Las tradiciones religiosas han incorporado desde siempre formas de lavar esas manchas que indefectiblemente terminan tiznando nuestra biografía. Pero hoy, con la gran crisis que los sistemas religiosos sufren y grandes masas sin ningún tipo de inquietud o asidero transcendente, ¿quién perdona los pecados?

A mi consulta de medicina de familia acuden con frecuencia personas atribuladas. No me confiesan sus pecados pero sí sus dolores, penas y alguna que otra culpa. Nuestra sociedad está perdiendo el arte de escuchar y acompañar, el arte de transformar los errores en oportunidades de reconciliación o de mejora. Lo que no cambia es el peso de la culpa, el dolor moral que queda tras un error que no nos perdonamos. Ni los profesionales sanitarios ni los psicoterapéutas somos los más indicados para operar en este nivel, pero tristemente en muchas ocasiones somos los únicos disponibles.

¿Enseñamos a nuestros hijos cómo manejar sus errores y la culpa que de los mismos se deriva? Sería bueno que lo hiciéramos del mismo modo que les enseñamos a lavar sus manos antes de las comidas. Los africanos tienen mucho que enseñarnos a este respecto. El manejo que hacen de estos temas suele ser mucho más sano psicológicamente.







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