Pese a los recortes, la crisis institucional, el paro y otros monstruos, disfrutamos de un otoño glorioso. Eso me facilita el privilegio de poder entablar conversaciones de alta calidad con amigos en las que nos regalamos un buen rato de agradable caminata al sol por preciosos parajes naturales. Algo potencialmente asequible a todo el mundo pero que pocos eligen como opción.
Esta semana hablaba con el escritor Nicolás Fabelo sobre la muerte. No sé cuando tuvieron ustedes la última conversación sobre el tema. A mí me pasa como a Woody Allen o como a tipos como Kierkegaard o Nietzsche, no me puedo quitar el tema de encima. Esto no es tan malo como parece, al revés, nos permite tomar nuevas perspectivas de la vida. Volvamos al grano, la muerte es el limite de todo ser humano, el horizonte de sucesos que rodea su singularidad. Físicamente no es posible saber que hay más allá, metafísicamente tan solo podemos inferir, elucubrar.
En la conversación, mi amigo y un servidor aventuramos una interesante hipótisis que nos gustaría compartir. En el proceso de morir el ser humano se va acercando a su horizonte de sucesos. Cuando está muy cerca el "tiempo" de la conciencia se curvaría como lo hace la luz al acercarse a un agujero negro, protegido igualmente por una muralla de este tipo. Esa curvatura alargaría el tiempo interior y permitiría ver pasar toda la vida en un tiempo infinito que a ojos de un observador externo serían unos pocos segundos. Los recuerdos, vivencias, todo lo vivido se estiraría por ultima vez y pasaría ante los ojos de la conciencia a medida que nos acercamos al final. La paradoja es que mientras más cerca del final se esté más se alargaría el tiempo a modo de una curva asíntota que cada vez se acerca más al eje de abscisas sin llegar a tocarlo.
Imaginen que todas las vidas terminaran así, en un flujo de asíntotas que se dirigen hacia el final del universo, hacia ese punto omega que describió Teilhard de Chardin.
Esta idea no da razón de lo que ocurrirá después, tan solo aporta una hipótesis de lo que puede pasar inmediatamente antes. Con elegancia explica que toda existencia al terminar confluye hacia un punto común modificando los parámetros físicos del marco de referencia existencial ordinario. No es fácil demostrar lo que ocurre en esta fase, los testimonios son variables y no serán fácilmente susceptibles de investigar. Sabemos que nuestra materia y energía se disuelven, redistribuyen y transforman con la muerte. Lo que no tenemos claro es lo que pasa con nuestra identidad y nuestra conciencia. Dotarlas de eternidad apelando a fenómenos físicos relativistas generará repulsa pero no nos resistimos a compartir esta visión que nos recuerda que somos entes físicos, únicos, valiosos e incluso necesarios. Este universo no puede prescindir de ninguna partícula de polvo, mucho menos de ustedes. Es verdad que al final nos disolveremos como lágrimas en la lluvia pero también es cierto que siempre quedará algo de nuestra sal tras el chubasco.
Son autores de este post Nicolás Fabelo y Salvador Casado.
Son autores de este post Nicolás Fabelo y Salvador Casado.
Vengo del blog de mi muy admirado Nicolás Fabelo, que por cierto, podría ser mi hijo.
ResponderEliminarA mi me ocurre como a Kirkegaard y Nietzsche, grandes referentes de mi juventud universitaria.
Evidentemente, ahí están las cuerdas, el adn y todo lo que implican ciertas teorías cuánticas de la física, solo cambia la pinza temporal, espacial y cultural de cada escenario, donde se deberían aprovechar las experiencias profundas del pasado y no las memeces festivas.
Pero como nuestro género vive en la SUPERFICIE, qué podemos esperar de los superficiales? En el mejor de los casos que se desarrollen en “modo antenita”, que ya es bastante.
Como persona en fase “anciana” he descubierto que la presencia de lo caduco molesta demasiado a los mejor integrados en la tierra y deseándoles fortuna cada vez pierde más sentido lo del valor personal y todo ese rollo.