No es verdad que tengamos un nombre, todos somos legión. En nuestro fuero interno habitan muchas presencias diferentes, pulsiones, intereses, deseos y necesidades que caminan juntas por la vida sin necesariamente entenderse. Cuando conseguimos alimentar razonablemente a todas la vida parece sonreirnos pero la cosa cambia cuando alguna entidad no se encuentra saciada. Todo sufrimiento humano, toda inquietud y desazón provienen de la ruptura de consenso, del grito interno de una instancia que no ha sido debidamente atendida. Nuestra reacción habitual ante este grito es tratar de sofocarlo cerrando puertas, marchando lejos. Pero nadie puede alejarse mucho de sí mismo, ni cerrarse las puertas de la vida. Todo grito interior se encarna en una emoción que viaja como una flecha hacia la conciencia tiñendo de su propio color el horizonte emocional de la persona. Ese color de fondo es la llamada que trata de solicitar consuelo, entendimiento y un poco de conciencia para que nos demos cuenta de que necesidad precisa ser colmada. No nos debe extrañar nuestra torpeza para tratar a los demás o para construir relaciones o sociedades justas, son pocos los que consiguen entablarlas consigo mismos. Por eso los sabios antiguos nos siguen recordando la prioridad de conocernos bien como camino imprescindible para entender el mundo.
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