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sábado, 7 de septiembre de 2013
Relatos de verano: la sociedad científica
De toda la vida era la sociedad científica con más prestigio de las tres. Los mejores curriculum siempre habían apostado por ella. Su criterio era respetado, sus cursos tenidos en cuenta, sus publicaciones leídas con atención. Además la financiación de la industria farmacéutica era mucho menor que las otras dos, apenas un 20%, una minucia. En otras especialidades llegaban al 80%, eso sí con unos congresos y cursos fabulosos. Aquí eran más modestos, se hacía todo a nivel más casero. También es verdad que tenían menos repercusión social, menos glamour. No había nadie que pagara a los medios los canapés.
La buena noticia es que casi nunca habían hecho el juego a corporaciones privadas como esa sociedad que recomendó leche de biberones o esa otra que refrendó bebidas isotónicas o yogures bífidus. Sin hablar de otros productos o directamente fármacos. En este último caso los escándalos eran muy frecuentes. Siempre salía algún experto en los medios recomendando fármacos para los huesos de las mujeres menopáusicas, o protectores de cartílago sin demostración científica para las rodillas cansadas. El sello de la sociedad científica solía refrendar el pie de página del anuncio en cuestión. En nuestro caso los socios pagaban con paciencia sus cuotas sabiendo que no recibirían mucho a cambio, tampoco disgustos, que no es poco.
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