Fotografía de Fabian Oefner
No vivo en ciudad. Cuando bajo a Madrid lo hago con una mirada ajena que me permite darme cuenta de pequeños detalles que suelen pasar desapercibidos a los demás viandantes. Suelo reflexionar en el autobús público que me acerca a la urbe. Muchos ciudadanos viven fuera del casco urbano y dedican muchas horas semanales al transporte. Viven entre su domicilio y el trabajo, apenas bajan a la calle y cuando lo hacen es de forma apresurada a hacer compras o recados. Me hago las siguientes preguntas ¿cuál es mi grado de interacción social en mi semana habitual? ¿en qué lugares puedo hacer valer mi voz y también escuchar la de otros? En el metro veo como casi todos van imbuidos en sus lecturas o aparatos móviles, luego en casa muchos se conectarán a sus ordenadores o televisiones que les proveerán de contenidos y de ruido de fondo abundante. No queda espacio para el silencio, para la comunicación interior, ni apenas para la comunicación con otros.
¿No seremos al final zombis sociales? ciudadanos medio vivos y medio muertos a nivel social y político.
Si como sociedad perdemos la referencia social, los lugares y tiempos de encuentro y diálogo, de comunicación y debate, estaremos empobreciéndonos grávemente.
Los zombies sociales son criaturas vulnerables, con un grado de definición escaso lo que les hace ser fácilmente manipulables y socialmente inofensivos.
Tal vez el paradigma de crisis que vivimos sirva de revulsivo como lo fue aquél baile legendario de Michael Jackson ante una turba de muertos vivientes. Muchos están empezando a oir los primeros compases y se están empezando a mover... ¿puedes oirlo?
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