Este fin de semana me encontré por azar con Rembrandt. Paseaba por un museo y su mirada me atrajo profundamente. Pese a no ser mi destino ese dia recalé en puerto y mantuve una conversación silenciosa de quince minutos con el lienzo.
Simon Schama, prestigioso profesor de historia del arte, escribió un completo ensayo con el título de este post en el año 2002. No es mi intención completar su tesis. Tan solo reflexionar sobre la mirada de un genio.
Rembrandt fue hijo de un molinero en Leiden, alcanzó fama y vivió rodeado de lujo. Conoció la bancarrota y murió pobre.
Sus ojos sabían captar la belleza y sus manos la expresaban. Pese a acceder a todos los placeres, su mirada no transmite felicidad. Son muchos sus autoretratos, los ojos nos van indicando cómo estaba su alma.
¿Qué aprendo yo de esto?
No hace falta ser genial para ser feliz, de hecho suele ser un impedimento. Lo que es importante es ser capaz de contarlo. Tener la opción de comunicar lo que nos pasa, lo que somos.
Poder hacerlo alivia el sufrimiento. Ante la avalancha de tensiones y malas noticias nuestro corazón zozobra muchas veces. La primera medida de alivio es poder contarlo. Con palabras, con una conversación, por escrito, con una carta... como sea. Cocinar un plato, bailar, escribir una poesía, pintar un boceto... todo vale.
Si el hijo del molinero pudo hacerlo, nosotros también.
Muy buen consejo que puedo asegurar que es muy util. Yo cuento cosas con mi camara de fotos que me ayuda a expresarme y hacer amigos...aunque lo mejor es despues seguir la conversacion con palabras delante de una cervezita.
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